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Gaby
Gazcón
Dirección
General
Magaly,
Israel y Viktor
Colaboradores
María
Esther Beltrán Martínez
Corresponsal
en España
El
Museo Thyssen-Bornemisza
dedica
su espacio a Paul Delvaux
María
Esther Beltrán Martínez
Madrid,
España.- La ciudad de Madrid se engalana
con la exposición del artista belga Paul
Delvax (1897-1994). Paseo por el amor
y la muerte se exhibe en el Museo Thyssen- Bornemisza. Realizada en colaboración con el Musée
d’Ixelles y comisariada por Laura Neve, su agregada científica, la muestra
reúne en un recorrido temático más de medio centenar de obras procedentes de
colecciones públicas y privadas de Bélgica, mereciendo una mención especial la
de Nicole y Pierre Ghêne, quien ha
cedido 42 piezas.
Sobre
el artista comenta Neve que: “Delvaux descubre la obra de Magritte y Giorgio de
Chirico. El surrealismo se convierte en la revelación más decisiva para el
artista, aunque él mismo no llega nunca a considerarse propiamente un pintor
surrealista. Le interesa más la atmósfera poética y misteriosa del movimiento
que su lucha iconoclasta, por lo que, a partir de la década de 1930, crea un universo
propio y original, libre de las reglas de la lógica universal, y que se sitúa
entre el clasicismo y la modernidad, entre el sueño y la realidad. Su obra
destaca por la unidad estilística y está marcada por un ambiente extraño y
enigmático. Sus protagonistas, de la mujer a los trenes, pasando por los
esqueletos y la arquitectura, son parte de este universo, seres aislados,
ensimismados, casi sonámbulos, que se ubican en escenarios a menudo nocturnos y
sin relación aparente; el único vínculo entre ellos son las propias vivencias
del artista. A mediados de la década de 1930, descubre el surrealismo y, aunque
participa en la Exposición Internacional del Surrealismo en París, en 1938, y
en otras posteriores en Ámsterdam y México.”
El
público puede conocer la obra de este artista en la exposición donde se abordan los cinco grandes temas de
su iconografía desde el punto de vista del amor y la muerte:
Venus
yacente, un motivo recurrente en su obra que remite a su amor incondicional por
la mujer. El interés de Delvaux por el motivo de la Venus dormida se remonta a
1932, cuando visita el Museo Spitzner, una de las principales atracciones de la
Feria de Midi de Bruselas, que exhibe figuras de cera para mostrar avances
quirúrgicos, enfermedades y deformaciones humanas, junto a otras curiosidades
conservadas en botes de formol. Le impresiona sobre todo una pieza que se
titula precisamente La Venus dormida y, ese mismo año, pinta su primer lienzo
sobre el tema, reinterpretando después en múltiples ocasiones con variaciones
sorprendentes.
El
doble (parejas y espejos), el tema de la seducción y la relación con el otro,
el alter ego; Desde comienzos de la
década de 1930, pinta tanto parejas heterosexuales como de lesbianas, una
relación que le llega a fascinar por pertenecer a la intimidad femenina y que
representa de manera mucho más sencilla, íntima y espontánea que la
heterosexual. La visita a un prostíbulo hacia 1930 puede estar en el origen de
este tema de las «amigas», que pronto se hace recurrente. Durante los meses
siguientes, representa a numerosas mujeres abrazadas en unos apuntes y bocetos
que transmiten una gran libertad de expresión. Más vivos y expresivos que sus
lienzos, estos dibujos le permiten dar rienda suelta a la imaginación y
explorar temas tabú.
Arquitecturas,
omnipresentes en su producción, en especial de la Antigüedad clásica pero
también de la localidad de Watermael-Boitsfort (Bruselas, Bélgica), donde
reside. Las arquitecturas que aparecen en sus lienzos están pintadas con
precisión. Delvaux se documenta sobre cada elemento que utiliza a partir de
maquetas y de fotografías, deseoso de representar la realidad de una manera
fiel. La arquitectura clásica se hace cada vez más exacta, sobre todo tras los
viajes a Italia, en 1937 y 1939, y a Grecia, en 1956, y la iconografía de la
ciudad antigua se vuelve también más recurrente, en detrimento de las ruinas,
haciendo referencia a edificios y vestigios reales. En esta época aclara la
paleta y concede una nueva importancia al color.
Estaciones,
esenciales en la construcción de su personalidad pictórica.Desde muy joven,
Delvaux se interesa por el mundo del ferrocarril, símbolo de una modernidad
emergente que le fascina. Ya en la década de 1920, la Estación de Luxemburgo en
Bruselas es uno de sus temas de inspiración favoritos e incluso se convierte en
su lugar de trabajo al aire libre. Pinta una decena de cuadros de gran formato
donde representa la intensa actividad del lugar, su ambiente invernal y las
condiciones laborales del personal ferroviario, prolongando el realismo social
iniciado en Bélgica por Constantin Meunier. Abandona después el mundo de los
trenes para volver a él, más preparado académicamente, en la década de 1940;
será desde entonces indisociable de su identidad pictórica, hasta el punto de que
se le llega a conocer como el «pintor de estaciones».
Y finalmente, El armazón de la vida, que pone
de manifiesto su fascinación por los esqueletos, que sustituyen a los humanos
en sus actividades cotidianas. A partir de 1932 hace del esqueleto un elemento
de su vocabulario plástico, dotándolo de una especial expresividad. En
ocasiones los esqueletos sustituyen al personaje principal y reinterpretan por
él la historia, como un alter ego. Cuando no es el protagonista, aparece al
fondo, fundiéndose con el decorado y adoptando un papel secundario, pero no
menos importante, y comportamientos típicos de los humanos. En la década de
1950, realiza una serie de versiones de la Pasión de Cristo (la Crucifixión, el
Descendimiento o el Entierro) protagonizadas también por esqueletos, que se
exponen en 1954 en la Bienal de Venecia y cuyo lema es Lo fantástico en el
arte. Provoca un escándalo sin pretenderlo, magnificado por el cardenal
Roncalli –futuro Papa Juan XXIII–, que las condena por herejía.
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