jueves, 12 de febrero de 2015

El Museo Thyssen-Bornemisza dedica su espacio a Paul Delvaux. Madrid, España

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Gaby Gazcón
Dirección General

Magaly, Israel y Viktor
Colaboradores

María Esther Beltrán Martínez
Corresponsal en España

 El  Museo Thyssen-Bornemisza
dedica su espacio a Paul Delvaux

María Esther Beltrán Martínez

Madrid, España.-  La ciudad de Madrid se engalana con la exposición del artista belga Paul
Delvax (1897-1994). Paseo por el amor y la muerte se exhibe en el Museo Thyssen- Bornemisza.  Realizada en colaboración con el Musée d’Ixelles y comisariada por Laura Neve, su agregada científica, la muestra reúne en un recorrido temático más de medio centenar de obras procedentes de colecciones públicas y privadas de Bélgica, mereciendo una mención especial la de Nicole y Pierre Ghêne, quien  ha cedido 42 piezas.
Sobre el artista comenta Neve que: “Delvaux descubre la obra de Magritte y Giorgio de Chirico. El surrealismo se convierte en la revelación más decisiva para el artista, aunque él mismo no llega nunca a considerarse propiamente un pintor surrealista. Le interesa más la atmósfera poética y misteriosa del movimiento que su lucha iconoclasta, por lo que, a partir de la década de 1930, crea un universo propio y original, libre de las reglas de la lógica universal, y que se sitúa entre el clasicismo y la modernidad, entre el sueño y la realidad. Su obra destaca por la unidad estilística y está marcada por un ambiente extraño y enigmático. Sus protagonistas, de la mujer a los trenes, pasando por los esqueletos y la arquitectura, son parte de este universo, seres aislados, ensimismados, casi sonámbulos, que se ubican en escenarios a menudo nocturnos y sin relación aparente; el único vínculo entre ellos son las propias vivencias del artista. A mediados de la década de 1930, descubre el surrealismo y, aunque participa en la Exposición Internacional del Surrealismo en París, en 1938, y en otras posteriores en Ámsterdam y México.”
El público puede conocer la obra de este artista en la exposición  donde se abordan los cinco grandes temas de su iconografía desde el punto de vista del amor y la muerte:
Venus yacente, un motivo recurrente en su obra que remite a su amor incondicional por la mujer. El interés de Delvaux por el motivo de la Venus dormida se remonta a 1932, cuando visita el Museo Spitzner, una de las principales atracciones de la Feria de Midi de Bruselas, que exhibe figuras de cera para mostrar avances quirúrgicos, enfermedades y deformaciones humanas, junto a otras curiosidades conservadas en botes de formol. Le impresiona sobre todo una pieza que se titula precisamente La Venus dormida y, ese mismo año, pinta su primer lienzo sobre el tema, reinterpretando después en múltiples ocasiones con variaciones sorprendentes.
El doble (parejas y espejos), el tema de la seducción y la relación con el otro, el alter ego;  Desde comienzos de la década de 1930, pinta tanto parejas heterosexuales como de lesbianas, una relación que le llega a fascinar por pertenecer a la intimidad femenina y que representa de manera mucho más sencilla, íntima y espontánea que la heterosexual. La visita a un prostíbulo hacia 1930 puede estar en el origen de este tema de las «amigas», que pronto se hace recurrente. Durante los meses siguientes, representa a numerosas mujeres abrazadas en unos apuntes y bocetos que transmiten una gran libertad de expresión. Más vivos y expresivos que sus lienzos, estos dibujos le permiten dar rienda suelta a la imaginación y explorar temas tabú.
Arquitecturas, omnipresentes en su producción, en especial de la Antigüedad clásica pero también de la localidad de Watermael-Boitsfort (Bruselas, Bélgica), donde reside. Las arquitecturas que aparecen en sus lienzos están pintadas con precisión. Delvaux se documenta sobre cada elemento que utiliza a partir de maquetas y de fotografías, deseoso de representar la realidad de una manera fiel. La arquitectura clásica se hace cada vez más exacta, sobre todo tras los viajes a Italia, en 1937 y 1939, y a Grecia, en 1956, y la iconografía de la ciudad antigua se vuelve también más recurrente, en detrimento de las ruinas, haciendo referencia a edificios y vestigios reales. En esta época aclara la paleta y concede una nueva importancia al color.
Estaciones, esenciales en la construcción de su personalidad pictórica.Desde muy joven,
Delvaux se interesa por el mundo del ferrocarril, símbolo de una modernidad emergente que le fascina. Ya en la década de 1920, la Estación de Luxemburgo en Bruselas es uno de sus temas de inspiración favoritos e incluso se convierte en su lugar de trabajo al aire libre. Pinta una decena de cuadros de gran formato donde representa la intensa actividad del lugar, su ambiente invernal y las condiciones laborales del personal ferroviario, prolongando el realismo social iniciado en Bélgica por Constantin Meunier. Abandona después el mundo de los trenes para volver a él, más preparado académicamente, en la década de 1940; será desde entonces indisociable de su identidad pictórica, hasta el punto de que se le llega a conocer como el «pintor de estaciones».

Y  finalmente, El armazón de la vida, que pone de manifiesto su fascinación por los esqueletos, que sustituyen a los humanos en sus actividades cotidianas. A partir de 1932 hace del esqueleto un elemento de su vocabulario plástico, dotándolo de una especial expresividad. En ocasiones los esqueletos sustituyen al personaje principal y reinterpretan por él la historia, como un alter ego. Cuando no es el protagonista, aparece al fondo, fundiéndose con el decorado y adoptando un papel secundario, pero no menos importante, y comportamientos típicos de los humanos. En la década de 1950, realiza una serie de versiones de la Pasión de Cristo (la Crucifixión, el Descendimiento o el Entierro) protagonizadas también por esqueletos, que se exponen en 1954 en la Bienal de Venecia y cuyo lema es Lo fantástico en el arte. Provoca un escándalo sin pretenderlo, magnificado por el cardenal Roncalli –futuro Papa Juan XXIII–, que las condena por herejía.  

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